jueves, 22 de abril de 2010

FRENTE AL DURO ATAQUE A NUESTRA IGLESIA CATÓLICA,ES IMPORTANTE QUE LEA ESTE MATERIAL DE AYUDA. ABRIL 2010



Crisis de la Iglesia: Crisis de Santos


Una esclarecedora homilía de un sacerdote norteamericano, nos invita a reflexionar
sobre cuál debe ser nuestra actitud frente a los terribles escándalos que se han
suscitado dentro de nuestra Iglesia.


Cuál debe ser nuestra respuesta a los terribles escándalos en la Iglesia
P. Roger J. Landry - Vicario parroquial en la Parroquia del Espíritu Santo en Fall River,
Massachusetts


"¡La única respuesta adecuada a este terrible escándalo, la única respuesta auténticamente
católica a este escándalo -como San Francisco de Asís reconoció en 1200, como San
Francisco de Sales reconoció en 1600 e incontables otros santos han reconocido en cada
siglo- es la SANTIDAD! ¡Toda crisis que enfrenta la Iglesia, toda crisis que el mundo enfrenta,
es una crisis de santidad! La santidad es crucial, porque es el rostro auténtico de la
Iglesia."


Muchas personas se han acercado a mí para hablar del asunto. Muchas otras hubieran
querido hacerlo, pero creo que por respeto y por no querer sacar a relucir lo que consideran
malas noticias, se abstuvieron; pero para mí era obvio que estaba en su mente. Y por eso,
hoy, quiero atacar el asunto de frente. Ustedes tienen derecho a ello.

No podemos fingir como
si no hubiera sucedido.

Y yo quisiera discutir cual debe ser nuestra respuesta como fieles
católicos a este terrible escándalo.
Lo primero que necesitamos hacer, es entenderlo a la luz de nuestra fe en el Señor. Antes de
elegir a sus primeros discípulos, Jesús subió a la montaña a orar toda la noche. En ese tiempo
tenía muchos seguidores.
Él habló a Su Padre en oración acerca de a quienes elegiría para
que fueran sus doce apóstoles, los doce que Él formaría íntimamente, los doce a quienes
enviaría a predicar la Buena Nueva en Su nombre. Él les dio el poder de expulsar a los
demonios. Les dio el poder para curar a los enfermos. Ellos vieron como Jesús obró
incontables milagros. Ellos mismos obraron en Su nombre numerosos milagros.
Pero, a pesar de todo, uno de ellos fue un traidor. Uno, que había seguido al Señor, uno, a
quien el Señor le lavó los pies, que lo vio caminar sobre las aguas, resucitar a personas de
entre los muertos y perdonar a los pecadores, traicionó al Señor. El Evangelio nos dice que él
permitió que Satanás entrara en él y luego vendió al Señor por treinta monedas en Getsemaní,
simulando un acto de amor para entregarlo. “¡Judas!” le dijo Jesús en el huerto de Getsemaní,
“con un beso entregas al Hijo del hombre”. Jesús no eligió a Judas para que lo traicionara. Él
lo eligió para que fuera como todos los demás. Pero Judas fue siempre libre y uso su libertad
para permitir que Satanás entrara en él y, por su traición, terminó haciendo que Jesús fuera
crucificado y ejecutado.
Así que desde los primeros doce que Jesús mismo eligió, uno fue un terrible traidor. A VECES
LOS ELEGIDOS DE DIOS LO TRAICIONAN. Este es un hecho que debemos asumir. Es un
hecho que la primera Iglesia asumió. Si el escándalo causado por Judas hubiera sido lo único
en lo que los miembros de la primera Iglesia se hubieran centrado, la Iglesia habría estado
acabada antes de comenzar a crecer. En vez de ello, la Iglesia reconoció que no se juzga
algo por aquellos que no lo viven, sino por quienes sí lo viven.
En vez de centrarse en aquel que traicionó a Jesús, se centraron en los otros once, gracias a
cuya labor, predicación, milagros y amor por Cristo, nosotros estamos aquí hoy. Es gracias a
los otros once -todos los cuales, excepto San Juan, fueron martirizados por Cristo y por el
Evangelio, por el cual estuvieron dispuestos a dar sus vidas para proclamarlo- que nosotros
llegamos a escuchar la palabra salvífica de Dios, que recibimos los sacramentos de la vida
eterna.
Hoy somos confrontados por esa misma realidad. Podemos centrarnos en aquellos que
traicionaron al Señor, aquellos que abusaron en vez de amar a quienes estaban llamados a
servir, o, como la primera Iglesia, podemos enfocarnos en los demás, en los que han
permanecido fieles, esos sacerdotes que siguen ofreciendo sus vidas para servir a Cristo y
para servirlos a ustedes por amor.

Los medios casi nunca prestan atención a los buenos
“once”, aquellos a quienes Jesús escogió y que permanecieron fieles, que vivieron una vida de silenciosa santidad.

Pero nosotros, la Iglesia, debemos ver el terrible escándalo que
estamos atestiguando bajo una perspectiva auténtica y completa.
El escándalo desafortunadamente no es algo nuevo para la Iglesia. Hubo muchas épocas en
su historia, cuando estuvo peor que ahora. La historia de la Iglesia es como la definición
matemática del coseno, es decir, una curva oscilatoria con movimientos de péndulo, con bajas
y altas a lo largo de los siglos. En cada una de esas épocas cuando la Iglesia llegó a su
punto más bajo, Dios elevo a tremendos santos que llevaran a la Iglesia de regreso a su
verdadera misión. Es casi como si en aquellos momentos de oscuridad, la Luz de Cristo
brillará más intensamente. Yo quisiera centrarme un poco en un par de santos a quienes Dios
hizo surgir en esos tiempos tan difíciles, porque su sabiduría realmente puede guiarnos
durante este tiempo difícil.
San Francisco de Sales fue un santo a quien Dios hizo surgir justo después de la Reforma
Protestante. La Reforma Protestante no brotó fundamentalmente por aspectos teológicos, por
asuntos de fe -aunque las diferencias teológicas aparecieron después- sino por aspectos
morales.
Había un sacerdote agustino, Martín Lutero, quien fue a Roma durante el papado más notorio
de la historia, el del Papa Alejandro VI. Este Papa jamás enseñó nada contra la fe -el Espíritu
Santo lo evitó- pero fue simplemente un hombre malvado. Tuvo nueve hijos de seis diferentes
concubinas. Llevo a cabo acciones contra aquellos que consideraba sus enemigos. Martín
Lutero visitó Roma durante su papado y se preguntaba como Dios podía permitir que un
hombre tan malvado fuera la cabeza visible de Su Iglesia. Regresó a Alemania y observó toda
clase de problemas morales.
Los sacerdotes vivían abiertamente relaciones con mujeres. Algunos trataban de obtener
ganancias vendiendo bienes espirituales. Privaba una inmoralidad terrible entre los laicos
católicos. El se escandalizó, como le hubiera ocurrido a cualquiera que amara a Dios, por esos
abusos desenfrenados. Así que fundó su propia iglesia.
Eventualmente Dios hizo surgir a muchos santos que combatieran esta solución equivocada y
trajeran de regreso a las personas a la Iglesia fundada por Cristo. San Francisco de Sales fue
uno de ellos. Poniendo en riesgo su vida, recorrió Suiza, donde los calvinistas eran muy
populares, predicando el Evangelio con verdad y amor. Muchas veces fue golpeado en su
camino y dejado por muerto. Un día le preguntaron cuál era su postura con relación al
escándalo que causaban tantos de sus hermanos sacerdotes. Lo que él dijo es tan importante
para nosotros hoy como lo fue en aquel entonces para quienes lo escucharon. El no se anduvo
con rodeos.
Dijo:
Aquellos que cometen ese tipo de escándalos son culpables del equivalente espiritual
a un asesinato, destruyendo la fe de otras personas en Dios con su pésimo ejemplo”.
Pero al mismo tiempo advirtió a sus oyentes: “Pero yo estoy aquí entre ustedes hoy
para evitarles un mal aún peor. Mientras que aquellos que causan el escándalo son
culpables de asesinato espiritual, los que acogen el escándalo -los que permiten que los
escándalos destruyan su fe- son culpables de suicidio espiritual. Son culpables”, dijo él,
“de cortar de tajo su vida con Cristo, abandonando la fuente de vida en los
Sacramentos, especialmente la Eucaristía”.


San Francisco de Sales anduvo entre la gente de Suiza tratando de prevenir que cometieran
un suicidio espiritual a causa de los escándalos. Y yo estoy aquí hoy para predicarles lo mismo
a ustedes.


¿Cuál debe ser entonces nuestra reacción?


Otro gran santo que vivió en tiempos
particularmente difíciles también puede ayudarnos. El gran San Francisco de Asís vivió
alrededor del año 1200, que fue una época de inmoralidad terrible en Italia central. Los
sacerdotes daban ejemplos espantosos. La inmoralidad de los laicos era aún peor. San
Francisco mismo, siendo joven, había escandalizado a otros con su manera despreocupada de
vivir. Pero eventualmente se convirtió al Señor, fundó a los Franciscanos, ayudó a Dios a
reconstruir Su Iglesia y llegó a ser uno de los más grandes santos de todos los tiempos.
Una vez, uno de los hermanos de la Orden de Frailes Menores le hizo una pregunta. Este
hermano era muy susceptible a los escándalos. “Hermano Francisco” le dijo, “¿que harías tú si
supieras que el sacerdote que esta celebrando la Misa tiene tres concubinas a su lado?
Francisco, sin dudar un solo instante, le dijo muy despacio: “Cuando llegara la hora de la
Sagrada Comunión, iría a recibir el Sagrado Cuerpo de mi Señor de las manos ungidas del
sacerdote.”
¿A dónde quiso llegar Francisco? Él quiso dejar en claro una verdad formidable de la fe y un
don extraordinario del Señor: sin importar cuán pecador pueda ser un sacerdote, siempre
y cuando tenga la intención de hacer lo que hace la Iglesia -en Misa, por ejemplo, cambiar
el pan y el vino en la carne y la sangre de Cristo, o en la confesión, sin importar cuán pecador
sea él en lo personal, perdonar los pecados del penitente- Cristo mismo actúa en los
sacramentos a través de ese ministro.
Ya sea que el Papa Juan Pablo II celebre la Misa o que un sacerdote condenado a muerte por
un crimen celebre la Misa, en ambos casos es Cristo mismo quien actúa y nos da Su cuerpo y
Su sangre. Así que lo que Francisco estaba diciendo en respuesta a la pregunta de su
hermano religioso al manifestarle que él recibiría el Sagrado Cuerpo de Su Señor de las
manos ungidas del sacerdote, es que no iba a permitir que la maldad o inmoralidad del
sacerdote lo llevaran a cometer suicidio espiritual.
Cristo puede seguir actuando y de hecho actúa incluso a través del más pecador de los
sacerdotes. ¡Y gracias a Dios que lo hace! Y es que si siempre tuviéramos que depender de
la santidad personal del sacerdote, estaríamos en graves problemas. Los sacerdotes
son elegidos por Dios de entre los hombres y son tentados como cualquier ser humano
y caen en pecado como cualquier ser humano. Pero Dios lo sabía desde el principio. Once
de los primeros doce apóstoles se dispersaron cuando Cristo fue arrestado, pero regresaron;
uno de los doce traicionó al Señor y tristemente nunca regresó. Dios ha hecho los
sacramentos esencialmente “a prueba de los sacerdotes”, esto es, en términos de su santidad
personal. No importa cuán santos estos sean o cuán malvados, siempre y cuando tengan la
intención de hacer lo que hace la Iglesia, entonces actúa Cristo mismo, tal como actuó a través
de Judas cuando Judas expulsó a los demonios y curó a los enfermos.
Así que, de nuevo, les pregunto: ¿Cuál debe ser la respuesta de la Iglesia a estos actos?
Se ha hablado mucho al respecto en los medios. ¿Tiene la Iglesia que trabajar mejor,
asegurándose que nadie con predisposición a la pedofilia sea ordenado?
Absolutamente. Pero esto no seria suficiente.
¿Tiene la Iglesia que actuar mejor para tratar estos casos cuando sean reportados? La Iglesia
ha cambiado su manera de abordar estos casos y hoy la situación es mucho mejor de lo que
fue en los años ochentas, pero siempre puede ser perfeccionada. Pero aún esto no sería
suficiente. ¿Tenemos que hacer más para apoyar a las victimas de tales abusos? ¡Sí, tenemos
que hacerlo, tanto por justicia como por amor! Pero ni siquiera esto es lo adecuado. El
Cardenal Law ha hecho que la mayoría de los rectores de las escuelas de medicina en Boston
trabajen en el establecimiento de un centro para la prevención del abuso en niños, que es algo
que todos nosotros debemos apoyar. Pero ni siquiera esto es una respuesta suficiente.
¡La única respuesta adecuada a este terrible escándalo, la única respuesta auténticamente
católica a este escándalo -como San Francisco de Asís reconoció en 1200, como San
Francisco de Sales reconoció en 1600 e incontables otros santos han reconocido en cada
siglo- es la SANTIDAD! ¡Toda crisis que enfrenta la Iglesia, toda crisis que el mundo
enfrenta, es una crisis de santidad! La santidad es crucial, porque es el rostro auténtico
de la Iglesia.
Siempre hay personas -un sacerdote se encuentra con ellas regularmente, ustedes
probablemente conocen a varias de ellas también- que usan excusas para justificar por que no
practican su fe, por que lentamente están cometiendo suicidio espiritual. Puede ser porque una
monja se portó mal con ellos cuando tenían 9 años. O porque no entienden las enseñanzas de
la Iglesia sobre algún asunto particular. Indudablemente habrá muchas personas estos días -y
ustedes probablemente se encontraran con ellas – que dirán: “¿Para qué practicar la fe, para
qué ir a la Iglesia, si la Iglesia no puede ser verdadera, cuando los así llamados elegidos son
capaces de hacer el tipo de cosas que hemos estado leyendo?” Este escándalo es como un
perchero enorme donde algunos trataran de colgar su justificación para no practicar la fe. Por
eso es que la santidad es tan importante.
Estas personas necesitan encontrar en todos nosotros una razón para tener fe, una razón para
tener esperanza, una razón para responder con amor al amor del Señor. Las bienaventuranzas
que leemos en el Evangelio de hoy son una receta para la santidad. Todos necesitamos
vivirlas más. ¿Tienen que ser más santos los sacerdotes? Seguro que sí. ¿Tienen que ser más
santos los religiosos y religiosas y dar un testimonio aun mayor de Dios y del Cielo?
Absolutamente. Pero todas las personas en la Iglesia tienen que hacerlo, ¡incluyendo a los
laicos! Todos tenemos la vocación de ser santos y esta crisis es un llamado para que
despertemos.
Estos son tiempos duros para ser sacerdote hoy. Son tiempos duros para ser católicos
hoy. Pero también son tiempos magníficos para ser un sacerdote hoy y tiempos
magníficos para ser católicos hoy. Jesús dice en las bienaventuranzas que escuchamos
hoy: “Bienaventurados serán cuando los injurien, y los persigan y digan con mentira
toda clase de mal contra ustedes por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque su
recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los
profetas anteriores a ustedes.”
Yo he experimentado de primera mano esta bienaventuranza, al igual que otros sacerdotes
que conozco. A principios de esta semana, cuando termine de hacer ejercicio en un gimnasio
local, salía yo del vestidor con mi traje negro de clérigo. Una madre, apenas me vio, inmediata
y apresuradamente aparto a sus hijos del camino y los protegió de mí mientras yo pasaba. Me
miro cuando pase y cuando me había alejado lo suficiente, respiro aliviada y soltó a sus hijos.
¡Como si yo fuera a atacarlos a mitad de la tarde en un club deportivo!
Pero mientras que todos nosotros quizá tengamos que padecer tales insultos y falsedades por
causa de Cristo, de hecho debemos regocijarnos. Es un tiempo fantástico para ser cristianos
hoy, porque es un tiempo en el que Dios realmente necesita de nosotros para mostrar Su
verdadero rostro. En tiempos pasados en Estados Unidos, la Iglesia era respetada. Los
sacerdotes eran respetados. La Iglesia tenía reputación de santidad y bondad. Pero ya no es
así.
Uno de los más grandes predicadores en la historia estadounidense, el Obispo Fulton J.
Sheen, solía decir que él prefería vivir en tiempos en los que la Iglesia sufre en vez de florecer,
cuando la Iglesia tiene que luchar, cuando la Iglesia tiene que ir contra la cultura. Esas épocas
para que los verdaderos hombres y las verdaderas mujeres dieran un paso al frente y
contaran. “Hasta los cadáveres pueden flotar corriente abajo,” solía decir, señalando que
muchas personas salen adelante fácilmente cuando la Iglesia es respetada, “pero se necesita
de verdaderos hombres, de verdaderas mujeres, para nadar contra la corriente.”
¡Que cierto es esto! Hay que ser un verdadero hombre y una verdadera mujer para
mantenerse a flote y nadar contra la corriente que se mueve en oposición a la Iglesia. Hay que
ser un verdadero hombre y una verdadera mujer para reconocer que cuando se nada contra la
corriente de las críticas, estamos más seguros que cuando permanecemos adheridos a la
Roca sobre la que Cristo fundo su Iglesia. Este es uno de esos tiempos. Es uno de los grandes
momentos para ser cristianos.
Algunas personas predicen que en esta región la Iglesia pasará tiempos difíciles y quizá sea
así, pero la Iglesia sobrevivirá, porque el Señor se asegurará que sobreviva. Una de las más
grandes réplicas en la historia sucedió justamente hace unos 200 años. El emperador francés
Napoleón engullía con sus ejércitos a los países de Europa con la intención final de dominar
totalmente el mundo. En aquel entonces dijo una vez al Cardenal Consalvi: “Voy a destruir su
Iglesia” “Je detruirai votre eglise!” El Cardenal le contestó: “No, no podrá”. Napoleón dijo otra
vez: “Je detruirai votre eglise!” El Cardenal dijo confiado: “No, no podrá. ¡Ni siquiera nosotros
hemos podido hacerlo!”
Si los malos papas, los sacerdotes infieles y miles de pecadores en la Iglesia no han tenido
éxito en destruirla desde su interior -le estaba diciendo implícitamente al general ¿cómo cree
que Ud. va a poder hacerlo? El Cardenal apuntaba a una verdad crucial. Cristo nunca permitirá
que Su Iglesia fracase. Él prometió que las puertas del infierno no prevalecerían sobre Su
Iglesia, que la barca de Pedro, la Iglesia que navega en el tiempo hacia su puerto eterno en el
cielo, nunca se volcará, no porque aquellos que van en ella no cometan todos los pecados
posibles para hundirla, sino porque Cristo, que también está en la barca, nunca permitirá que
esto suceda. Cristo sigue en la barca y Él nunca la abandonará.
La magnitud de este escándalo podría ser tal, que de ahora en adelante ustedes encuentren
difícil confiar en los sacerdotes de la misma manera como lo hicieron en el pasado. Esto puede
suceder y podría no ser tan malo. ¡Pero nunca pierdan la confianza en el Señor! ¡Es Su Iglesia!
Aún cuando algunos de Sus elegidos lo hayan traicionado, Él llamará a otros que serán fieles,
que los servirán a ustedes con el amor que merecen ser servidos, tal como ocurrió después de
la muerte de Judas, cuando los once apóstoles se pusieron de acuerdo y permitieron que el
Señor eligiera a alguien que tomara el lugar de Judas y escogieron al hombre que terminó
siendo San Matías, quien proclamó fielmente el Evangelio hasta ser martirizado por él.
¡Este es un tiempo en el que todos nosotros necesitamos concentrarnos aún más en la
santidad! ¡Estamos llamados a ser santos y cuánto necesita nuestra sociedad ver ese
rostro hermoso y radiante de la Iglesia! Ustedes son parte de la solución, una parte
crucial de la solución. Y cuando caminen al frente hoy para recibir de las manos ungidas de
este sacerdote el Sagrado Cuerpo del Señor, pídanle a Él que los llene de un deseo real de
santidad, un deseo real de mostrar Su auténtico rostro.
Una de las razones por las que yo estoy aquí como sacerdote para ustedes hoy es
porque siendo joven, me impresionaron negativamente algunos de los sacerdotes que
conocí. Los veía celebrar la Misa y casi sin reverencia alguna dejaban caer el Cuerpo del
Señor en la patena, como si tuvieran en sus manos algo de poco valor en vez de al
Creador y Salvador de todos, en vez de a MI Creador y Salvador. Recuerdo haberle dicho
al Señor, reiterando mi deseo de ser sacerdote: “¡Señor, por favor, déjame ser sacerdote
para que pueda tratarte como Tú mereces!” Eso me dio un ardiente deseo de servir al
Señor.
Quizá este escándalo les permita a ustedes hacer lo mismo. Este escándalo puede ser algo
que los conduzca por el camino del suicidio espiritual o algo que los inspire a decir, finalmente,
“Quiero ser santo, para que yo y la Iglesia podamos glorificar tu nombre como Tú lo mereces,
para que otros puedan encontrarte en el amor y la salvación que yo te he encontrado.” Jesús
esta con nosotros, como lo prometió, hasta el final de los tiempos. Él sigue en la barca.
Tal como a partir de la traición de Judas, Él alcanzó la más grande victoria en la historia del
mundo, nuestra salvación por medio de Su Pasión, muerte y Resurrección, también a través de
este episodio Él puede traer y quiere traer un nuevo renacimiento de la santidad, para lanzar
unos nuevos Hechos de los Apóstoles en el siglo 21, con cada uno de nosotros -y esto te
incluye a TI- jugando un papel estelar. Ahora es el tiempo para que los verdaderos
hombres y mujeres de la Iglesia se pongan de pie. Ahora es el tiempo de los santos.
¿Cómo vas a responder tú?
EL AUTOR: El P. Roger J.


Landry fue ordenado sacerdote por la Diócesis de Fall River, MA,
por el Obispo Sean O’Malley, OFM Cap., en 1999. Después de obtener la licenciatura de
biología por la Universidad de Harvard, el P. Landry hizo sus estudios para el sacerdocio en
Maryland, Toronto, y durante varios años en Roma. Después de su ordenación sacerdotal, el
Obispo O’Malley lo envió de regreso a Roma para concluir sus estudios de graduación en
teología moral y bioética. Actualmente es vicario parroquial en la Parroquia del Espíritu Santo
en Fall River, Massachusetts y capellán en la Escuela Secundaria Bishop Connolly.
Fuente: Church Forum www.churchforum.org