miércoles, 20 de enero de 2010

HOMILIA II DOMINGO ORDINARIO 2010


No les queda vino…


Is. 62, 1-5; Sal. 95; 1Cor. 12, 4-11; Jn. 2, 1-11
Una Reflexión que nos hace llegar el Sacerdote Padre Carmelo Hernández desde Tenerife. España.


‘Había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda…’ Así ha comenzado el evangelio de hoy.Hablar de un banquete de bodas es hablar de alegría y de fiesta, de encuentro y de convivencia armoniosa entre familiares y amigos, de sentimientos compartidos en la familiaridad y en la amistad y necesariamente, siendo una boda, de amor y de felicidad. Ese compartir y comer juntos alrededor de una mesa, esa comunicación espontánea e incluso efusiva entre todos los comensales manifiestan una comunión hermosa entre todos.


En aquella boda de Caná faltó el vino aunque sólo unos ojos atentos y amorosos como los de María fueran capaces de darse cuenta de aquella fiesta se pusiera en peligro y no acabara bien. Pero allí está María y está también Jesús. Ya hemos escuchado el diálogo entre María y Jesús. ‘No les queda vino… Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora… haced lo que El os diga…’ Está la súplica de la madre que es capaz de adelantar la hora de Jesús y el milagro se realiza de manera que la fiesta pueda llegar a una mayor plenitud en el vino nuevo que Jesús les está ofreciendo.Es un milagro muy significativo y que nos dice muchas cosas. Un signo lo llama el evangelista Juan. Al final se nos dirá que ‘así en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en El’.


Ya sabemos que los milagros de Jesús son signos del Reino nuevo, del Reino de Dios que El anuncia y viene a instaurar. Con esa lectura hemos de contemplar y meditar este texto del Evangelio, esta Palabra de Dios que hoy nos ha sido proclamada. En la fiesta de la vida, en la que todos compartimos un mismo mundo y construimos una misma sociedad, ¿nos podría faltar el vino? Ciertamente constatamos que la fiesta, el banquete de bodas de la vida, no es total ni todos participan de la misma manera de ella. Hay dolor y hay sufrimiento; no compartimos en unas mismas condiciones todos el mundo en que vivimos; desigualdades, pobreza y miseria para muchos, injusticia y falta de verdadera comunión entre todos, enfrentamientos y odios, insolidaridad… tantas catástrofes naturales que hacen sufrir a los hombres y mujeres de nuestro mundo, como el reciente terremoto de Haití… ¡cuántas cosas! Hemos de reconocer que nos falta el vino. El vino que tendría que animar nuestra fiesta para que todos esos sufrimientos se aliviaran o desaparecieran, para que hubiera una auténtica y real comunión entre todos, para que nuestro mundo fuera más justo, para que todos pusiéramos más empeño en hacerlo mejor haciendo felices a los demás, empezando por los que están cada día a nuestro lado.


El vino nuevo que nos deje cruzarnos de brazos ante el sufrimiento de los demás, sean quienes sean.‘Jesus y los discípulos estaban también invitados a la boda’, nos decía el evangelio. ¿No faltará ese vino necesario para que nuestro mundo sea mejor porque no dejamos que Jesús participe en esa fiesta de la vida de nuestro mundo y porque nosotros sus discípulos, los cristianos algunas veces nos desentendemos y no llevamos el vino nuevo de Jesús que le diera más plenitud y felicidad a nuestro mundo?Falta vino nuevo que dé un mayor sentido y valor a nuestro mundo, porque falta fe y falta amor. Falta fe en una sociedad que quiere arrinconar a Dios, prescindir de Dios y de todo lo sagrado, que quiere desterrar de ella todo sentimiento religioso y también todo signo religioso que nos recuerde la trascendencia, que nos haga elevar nuestros ojos y nuestro espíritu a lo alto.


Nos falta fe porque quizá también la hemos dejado enfriar y está en peligro casi de morirse esa planta hermosa de la fe en nuestro corazón influenciados por la indiferencia que nos rodea. Y ya hay muchos interesados en que esa luz no brille y se trata de ocultar u obscurecer de la forma que sea, porque quizá pueda molestarles esa luz. A cuántos les interesa más hacer públicos los posibles fallos humanos de los miembros de la Iglesia pero no quieren que se conozca el compromiso serio y valiente de tantos cristianos y tantas obras de la Iglesia. Un ejemplo que nos puede valer para darnos cuenta de esos intereses. En estos días, a raíz de la terrible catástrofe que ha significado el terremoto de Haití, un medio de comunicación de gran trascendencia a nivel mundial hablaba de las ayudas que de todas partes se están ofreciendo y llevando para remediar tal desastre, y no se le ocurría otra cosa que poner una foto del Papa con el comentario de que algunos ofrecen sólo ayuda espiritual.


Hay que tener los ojos cerrados para no ver o no querer dejar ver a los demás la labor de tantos cristianos y de tantas instituciones de la Iglesia, como Cáritas, que se han volcado para remediar tanto sufrimiento allí como sucede en tantos sitios y en tantas situaciones dolorosas de los hombres y mujeres de nuestro mundo. Ofrece sí ayuda espiritual – también es necesaria -, pero también es importante la ayuda material y la presencia de tantos cristianos comprometidos y de tantas obras de la Iglesia, como de tantos misioneros que permanecen en su sitio al lado de los que sufren cuando los demás abandonan y/o dan por terminado su trabajo. Eso a algunos no les interesa darlo a conocer.Y no olvidemos que los discípulos de Jesús, o sea, nosotros los cristianos, los que creemos en Él, estamos invitados a ese banquete y no podemos dejar de asistir para hacer presente esa fe y ese amor con nuestra vida, con nuestro testimonio, con nuestra palabra, con nuestro compromiso por hacer que nuestro mundo sea mejor.


Algunas veces los cristianos tenemos miedo y nos ocultamos, no hacemos presente de forma valiente que nosotros tenemos un vino nuevo que ofrecer. No podemos ocultarnos, tenemos que hacer resplandecer esa luz con la que nosotros podemos iluminar nuestro mundo que Cristo.Un detalle hermoso son los ojos atentos y observadores de María para darse cuenta de que no tenían vino. Pidamos al Señor, con la intercesión de María, la Madre siempre suplicante e intercesora, que tengamos unos ojos atentos y abiertos como los supo tener la Madre para darnos cuenta de esa falta de vino, pero también, como ella, ponernos en el empeño de que puedan tener ese vino nuevo que pueda dar esa plenitud y esa felicidad a nuestro mundo. María también nos dice a nosotros ‘no les queda vino… pero haced lo que El os diga…’Mucho vino nuevo de fe y de amor tenemos que llevar a nuestro mundo. Ese mundo en el que tenemos que hacer presente el Reino de Dios, hacer presente a Dios.


Sólo con el vino nuevo de Jesús lo podremos transformar. Que nos falte a nosotros la fe, sino que crezca de día en día y se manifieste en el compromiso del amor.

HOMILIA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR. Año 2010


Is. 40, 1-5.9-11; Sal. 103; Tito, 2, 11-14; 3, 4-7‘


GENTILEZA DEL PRESBITERO. PADRE CARMELO HERNÁNDEZ. DESDE TENERIFE ESPAÑA


Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres… ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre… según su propia misericordia nos ha salvado…’, nos decía san Pablo. ‘Se revelará la gloria del Señor y la verán todos los hombres juntos… aquí está vuestro Dios; el Señor Dios llega con poder…’ nos anunciaba el profeta Isaías.Seguimos viviendo hoy la Epifanía, la manifestación de Jesucristo, cuando estamos hoy celebrando su bautismo. Se nos manifiesta el Señor.


Los ángeles con su resplandor anunciaron a los pastores que en la ciudad de Belén había nacido un Salvador; la estrella en lo alto de los cielos anunció a los Magos de Oriente el nacimiento del Rey de los judíos; hoy, allá en el Jordán, mientras Juan bautizaba en un bautismo general invitando a prepararse para la venida del Mesías, allí se estaba manifestando Jesús como el Mesías, el Ungido de Dios, el Hijo amado del Padre.


Se nos está revelando la gloria del Señor. Todos podemos contemplarla y todos hemos de cantar al Señor: ‘¡Dios mío, qué grande eres!’ como hemos aclamado en el salmo.‘En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre El en forma de paloma, y vino una voz del cielo: Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto’. Como decimos en el prefacio: ‘hiciste descender tu voz desde el cielo, para que el mundo creyese que tu Palabra habitaba entre nosotros… y ungiste a tu siervo Jesús para que los hombres reconociesen en El al Mesías enviado a anunciar la salvación a los pobres’.‘Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto’, se oye la voz desde el cielo. ‘Aquí estoy yo, Padre, para hacer tu voluntad’, es la palabra primera y la respuesta de Jesús. ‘Mi alimento es hacer la voluntad del Padre’, diría en una ocasión a los discípulos.


‘Gracias, Padre; te bendigo, Señor del cielo y de la tierra, porque revelaste estas cosas a los humildes y a los sencillos’, sería la oración de Jesús. Pero sería también su ofrenda en el momento culminante de su muerte, pero que había sido la de toda su vida: ‘A tus manos, Padre, encomiendo mi Espíritu’. Estamos contemplando hoy al Hijo amado del Padre, el Hijo de Dios y nuestro Salvador. Estamos contemplando una vez más la Palabra que se hizo carne y plantó su tienda entre nosotros. Es el Hijo amado de Dios a quien tenemos que escuchar. Es el Mesías Salvador que nos redime y nos salva y nos llena de nueva vida. Es el Hijo que a nosotros quiere hacernos hijos para que así también seamos amados del Padre. Tanto se encarna El en nuestra carne humana, que a nosotros nos eleva, a nosotros nos da el don de su Espíritu, a nosotros nos llena de nueva vida, la vida misma de Dios para convertirnos en hijos.


Cuando celebramos el Bautismo del Señor hemos de recordar nuestro propio Bautismo. No es necesario recordar mucho que el Bautismo al que quiso someterse Jesús en el Jordán era el que Juan administraba a quienes querían prepararse para la venida del Mesías y era como un signo de penitencia y conversión. No necesitaba Jesús de ese Bautismo, porque, aunque cargaba con todos nuestros pecados, en El no había pecado. ‘Yo bautizo con Juan, decía Juan, pero viene el que puede más que yo… El os bautizará con Espíritu Santo y fuego’. Como nos narra san Mateo porfiaba Juan con Jesús, porque le decía ‘soy yo el que necesito que tú me bautices’, aunque Jesús le replicaba: ‘Déjalo ahora.


Está bien que cumplamos con lo que Dios quiere’.¿Qué podría significar que Jesús que ya era el Hijo de Dios quisiera someterse al bautismo de Juan? ‘En el bautismo de Cristo en el Jordán, decimos en el prefacio, has realizado signos prodigiosos, para manifestar el misterio del nuevo Bautismo’. A partir de entonces las aguas bautismales por la fuerza del Espíritu de Dios tendrán el poder de santificar para hacernos hijos de Dios. Las aguas bautismales serán para nosotros por la fuerza del Espíritu el sacramento del nuevo nacimiento.‘Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre….que según su propia misericordia nos ha salvado, con el baño del segundo nacimiento y con la renovación del Espíritu Santo que Dios derramó copiosamente sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Señor’. Así nos decía san Pablo en la carta a Tito, que hoy hemos escuchado.‘¡Dios mío, qué grande eres!’ tenemos que exclamar y dar gracias.


También nosotros en nuestro Bautismo, ese bautismo por el que nos uníamos a Jesús para llenarnos de su vida y de su gracia, hemos comenzado a escuchar en nuestro corazón, repetido una y otra vez, ‘Tú eres mi hijo amado’. Somos amados del Señor. Somos también sus preferidos porque a nosotros también nos ha hecho hijos. En Cristo resplandecía la gloria del Señor, porque era el Hijo de Dios. Esa gloria también tendría que resplandecer en nuestra vida. Por eso nuestra tarea será que todo lo que hagamos sea siempre para la gloria del Señor. En nosotros tendrá que resplandecer la gloria del Señor porque así tiene que ser santa nuestra vida. ¡Qué grandeza la que estamos recibiendo, pero también que exigencia más grande! Algunas veces no terminamos de valorar lo suficiente el Bautismo que hemos recibido. Una celebración como la de hoy tendría que enseñarnos a recordar esa nuestra condición de bautizados y a valorar más el bautismo que hemos recibido.


Que cuando participemos en alguna celebración del Bautismo tratemos de vivirlo intensamente para renovar esa gracia bautismal en nosotros.Démosle gracias a Dios. No nos cansemos de alabar y bendecir al Señor. Pidamos su gracia, su fortaleza, la fuerza de su Espíritu para que así nos alejamos siempre del pecado y vivamos esa dignidad grande de hijos de Dios.